El inevitable costo de la auto mentira

Jorge Amado Yunes
7 min readMar 14, 2019

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por Maria Jose Peso

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Recuerdo perfectamente ese tiempo, cuando se enfermó mi papá. Mi papá tenía problemas en el hígado y si bien se hacía los controles de rutina mientras tomaba la medicación, no se cuidaba demasiado en las comidas como debería haberlo hecho.

Pero no era nada que yo desconociera.

Un día vino y me dijo que el médico quería hablar conmigo…

A esta altura, cualquiera que esté leyendo esta historia, pensará que yo seguramente me puse nerviosa, pensando por qué el médico querría verme, o de qué se trataba. Pues no fue así. Nada de esto sucedió. Le dije a mi papá: “Bueno, dale, te acompaño. Y partimos al médico en el día y el horario indicados.

Yo estaba fresca como una lechuga.

Suena raro ¿no?

Entramos al médico y en ese tono, que estos profesionales adoptan, cuando deben darte malas noticias, me informa que mi papá tenía un tumor del tamaño de un pomelo en el hígado, y que habría que hacerle una biopsia, una tomografía para ver exactamente dónde estaba ubicado.

También tendría que hacerse otros estudios, para ver si lo operaban de inmediato o si primero debería hacerse quimioterapia para reducir el tumor antes de operar.

Nuevamente, vos estarás pensando: Bueno, ahora sí. Ya se dio cuenta pero mi respuesta fue: “-No entiendo”.

El médico me miró perplejo. Me vuelve a decir exactamente lo mismo, ahora mirándome fijamente a los ojos, utilizando las mismas palabras pero mas despacio, y al cerrar nuevamente su discurso, me dijo:

Tiene cáncer en el hígado.

El médico fue claro y contundente en su respuesta, mientras que yo le dije:

-No Doctor, mi papá sólo tiene el hígado graso desde hace muchos años. No puede ser. El siempre hizo el tratamiento, ha tomado la medicación. Y lo más importante: “No tiene ningún síntoma. Mírelo, está perfecto”.

El Doctor me respondió: “-No, querida… Sos vos la que tiene que mirarlo. ¿No ves que está amarillo?”

Entonces lo miré. Efectivamente, estaba amarillo: ictericia. Y había tenido fiebre y se había estado sintiendo mal el último tiempo, y por eso había consultado al médico, me explicó mi papá. Ahí sí, se reveló la verdad… no había manera de sostener la mentira por más tiempo. Mi papá tenía cáncer de hígado.

Fue una mentira que yo me dije a mí misma. ¿Cuál era su función, su sentido? ¿Por qué me mentí a mí misma?

Lo hice para defenderme del miedo, para no verlo, para no tener que lidiar con él. Un miedo tan, tan, tan grande que no tenía los recursos psíquicos para tramitarlo. Un miedo que yo sabía (sin saber conscientemente) que podía llevarme a un dolor aún más grande, el dolor de la pérdida de uno de los seres humanos que yo más amé en esta tierra.

La auto-mentira es una forma de defensa.

Es automática. Ninguno de nosotros –lo veo a diario en mi consultorio- puede evitarla. No tenemos ningún control consciente sobre la acción de mentirnos. Es parecido al reflejo de sacar la mano del fuego cuando sentimos que nos quemamos.

No puedo condenarla como algo malo. Ni en mí, ni en los otros. ¿Es algo bueno? No creo que apliquen las categorías de lo bueno y lo malo en este caso. Simplemente es. Es de la estructura psíquica del ser humano; estructura singular para cada uno de nosotros, determinada por nuestras vivencias, especialmente las infantiles. No hay trauma objetivo: lo traumático para uno es una pavada para otro. Depende de la estructura de cada quién.

Por una parte creo que hay gente que tiene los recursos para ver la verdad y tramitarla psíquicamente sin desmoronarse, y los admiro. ¿Qué es ver la verdad? Es ser honesto con lo que sentimos. Es tener la capacidad de verbalizar, expresar, sacar afuera y asimilarlo sin que nos duela.

Ojalá fuera fácil ser “honestos” con nosotros mismos. Es verdad que hay que tener coraje para verbalizar, expresar, sacar afuera lo que nos pasa. Es el coraje con el que cuento para hacer mi trabajo. Es mi aliado más valioso junto con el deseo de sanar.

Pero del dolor no escapa a nadie.

La vida es con dolor. Si no hubiera dolor, tampoco podría haber felicidad, paz, tranquilidad. Sólo conocemos por contrastes. Conocemos la luz porque hay oscuridad. Sin luz, no existiría el concepto de oscuridad. Uno no se pone a pensar en sus muelas y lo genial que es que no nos duelan. La muela aparece como tal, cuando molesta.

Por otra parte, hay otros, sin embargo que no tienen esa capacidad estructural por lo que la auto-mentira es el único recurso a disposición para no desaparecer como sujeto, y quedar en una posición de objeto frente a un trauma impensable.

Perdemos nuestro liderazgo emocional de manera automática. No podemos reaccionar ni capacitarnos para transitar un trauma. La definición de trauma lo deja mas que claro.

Trauma es un exceso de energía que entra al aparato psíquico de golpe (sin aviso previo), toda junta, arrasando las capacidades psíquicas de la persona para cortajear ese estímulo poniéndolo en palabras para poder pensar.

Es decir que la persona queda inerme ante una cantidad de excitación psíquica para la que no tiene nombre. Puede sonar raro. Pero es exactamente lo mismo que por ejemplo la tragedia de Once.

Cualquiera de esos pasajeros quedaron a merced de ese choque del tren que golpeó sus cuerpos sin entender lo que estaba pasando y sin tener tiempo para reaccionar. No hubo aviso, nada que pudiera prepararlos para eso. Quedaron atrapados entre los escombros. Arrasados por ellos. Los sobrevivientes llegaron a los hospitales con “traumatismos” varios: de cráneo, de tórax, etc. Trauma es una palabra prestada por la medicina.

El trauma psíquico es lo mismo pero a nivel del psiquismo. Sorpresa, exceso de excitación, sin tiempo para entender lo que pasa, y por lo tanto uno queda arrasado y no puede pensar.

Por eso, no hay manera de “mostrarnos seguros” frente a un trauma.

Cuando acontece, somos objeto del mismo. Se puede recuperar la dignidad de sujeto frente a ese trauma que deja una marca psíquica, una vez que con ayuda lo tramitamos mediante la palabra. Es decir que podemos reconstruir lo que pasó y tomar posición frente a eso.

Autobloquear el ingreso de emociones es auto-mentira. Como no hay pensamiento posible, no hay posibilidad de defender una idea que creemos superior a nuestro dolor. Al contrario: lo único que hay es dolor. No hay pensamiento.

¿Qué se requiere entonces para ver la verdad que la realidad de cierta situación trae consigo?

Diría que para la gente que tiene una estructura capaz de ver esa realidad, lo que se requiere es coraje. El coraje para no desmentirla y para llevar a cabo las acciones necesarias para tramitar por medio de un pensamiento una situación de conflicto y hacer una elección.

Ya les conté de mi papá, él siempre decía que para elegir hay que saber perder. ¿Querés el saco rojo o el azul? Si querés el rojo te quedás sin el azul. Si te llevás el azul, perdés el rojo. Todo no se puede.

Y de eso se trata: de saber perder.

El coraje de ver, admitir el conflicto, pensarlo y que ese pensamiento lleve a una acción. Coraje para soportar perder “el saco que no elegimos”. Nada fácil para el ciudadano de a pie.

Frente a este tipo de mentira, sólo puedo ayudar a construir los recursos psíquicos para poder lidiar con la verdad una vez que aparezca, para que el dolor, el miedo, la angustia no arrasen con la subjetividad, si es que alguien me pide esa ayuda.

Pedir ayuda es el comienzo de una buena gestión.

Si no me la piden, pero igual la veo en el otro, lo único que puedo hacer es estar atenta, para que cuando la verdad aparezca (porque siempre aparece), pueda prestar mi cuerpo para que el otro se apoye en mí, pueda ayudarlo a cargar esa cruz, pueda entregar mis palabras para ordenar el campo y ponerle coto al miedo y a la angustia.

Prestarme para acompañar. Donar mi tiempo para orar. Estar abiertos y disponibles para escuchar sin juzgar. Cuando alguien no pide ayuda verbalmente pero sus emociones y reacciones levantan nuestra sospecha, un buen comienzo sería caminarles al lado y mostrarnos amigos.

Transformar nuestras tácticas defensivas, que nos fueron útiles para lidiar con traumas infantiles estructurales, mientras nuestro aparato psíquico no estaba completamente formado, es un gran desafío.

Es necesario ver que la automentira se mueve en gran parte sobre nuestras ansiedades, nuestros temores y nuestros miedos de antaño. Identificarlos es un buen comienzo. Ya no somos esos niños psíquicamente inmaduros y por lo tanto desamparados. También es bueno comenzar a verbalizar lo que sentimos.

Comenzar a escribirlas despacio y sin apuro.

Hagas lo que hagas, la vida humana incluye, inevitablemente, imprevistos y situaciones difíciles. No existe el auto-control absoluto. Los imprevistos son parte de la vida, y sólo cuando nos topamos con ellos, sabremos si contábamos con los recursos estructurales para hacerle frente o no. La pregunta sería:

¿Cómo podemos tener la capacidad de lidiar con la verdad de la realidad que se nos presenta?

Estar atento y ver cómo otros antes resolvieron esas situaciones en su vida. Aprender de ellos. Lo bueno se copia. Pedir ayuda. Renunciar a la omnipotencia de querer saber todo o controlar todo. Asumir que hay situaciones para las que requerimos de la ayuda de otros.

Aceptar que hay situaciones para las que no hay solución posible, sólo hay que atravesarlas. Quizás releyendo y meditando un poco en éstas ideas, podamos encontrar el camino para dejar de automentirnos menos.

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Jorge Amado Yunes
Jorge Amado Yunes

Written by Jorge Amado Yunes

Nieto, hijo, esposo, papá, hermano, amigo. También… mediador y escritor, el resto lo podes googlear — Conflicto Resueto https://www.amazon.com/dp/B077XMGKDG

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